Con el 25 de Mayo de 1810 comienza el período que culmina con la Declaración de nuestra Independencia en el Congreso de Tucumán. En la primera fecha se inicia con la desobediencia a las Cortes de Cádiz (España), conocida como la Revolución que irá teniendo un origen criollo, de un espíritu nacional que crecerá y culminará con ideal emancipatorio.
En 1816 el ejército patrio primero, y el clamor popular luego, pondrán fin a la relación de subordinación con la Madre Patria; el grito de ¡libertad! se extenderá por todo el territorio de las Provincias Unidas del Sud y de la América hispánica. Una y otra fecha se complementa. La Revolución tenía por fin la Independencia, aun cuando disimulara su propósito, invocando el nombre del Rey español
El Congreso de Tucumán, al formular la declaración de la Independencia, extendía el acta de carácter jurídico y político de gran significación en el orbe mundial, que consagraba un estado de hecho existente desde 1810 y que los sucesos posteriores confirmaron dándole significación americana.

Hasta ahí, es lo que nos han relatado desde el positivismo historiográfico argentino, la corriente liberal mitrista. Fuera de ello, existe otra historia, otra realidad, la que permanece perenne en el país de Buenos Ayres.
Con la lucidez que le caracterizaba, escribía Alberdi: “no toda independencia es signo de civilización. Cuando la independencia se opera en daño a la unidad de la nación y en el sentido de su dispersión en localidades impotentes, es retroceso, feudalismo y barbarie”.
La Revolución que, hecha por Buenos Aires, debió tener por objeto único la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata respecto de España, tuvo además el de emancipar a la provincia de Buenos Ayres de la autoridad de la nación argentina, o más bien, el de imponer su autoridad a la nación emancipada de España. El mismo día en que cesa el poder español, se instaló el de Buenos Ayres sobre las provincias argentinas las que peleaban por un sistema de organización federal, de igualdad entre las entidades federativas.
Dieron una doble jugada, contra la autoridad de España y contra la autoridad del país. Fue la sustitución del poder del Imperio por la de Buenos Ayres sobre las provincias: el coloniaje porteño sustituyendo al español. Fueron dos declaraciones de guerra: la de la independencia y la civil.

En Mayo Buenos Ayres reemplazó el poder general del Virrey por una Junta, a la que dio el mismo poder provisionalmente, y para que la nación entera no mandara diputados que se convocaran en constituir un gobierno federativo, al mismo tiempo que, Buenos Ayres decretó una expedición a las provincias para proteger su futuro. Cayeron sobre el Alto Perú, sobre Montevideo y el Paraguay; ella tenía dos objetivos: suprimir la conquista de España, fundando la de Buenos Aires sobre las provincias del interior.
Proteger la libertad de las provincias quería decir imponerles la autoridad de la junta local de Buenos Ayres por la espada. Era la conquista, como la llamó Belgrano.
El Alto Perú, Montevideo o Paraguay, así protegidos en su libertad, no serán provincias argentinas.
Las que tuvieron que quedar argentinas han soportado el protectorado recurrente de los ejércitos porteños, de sus intervenciones centralistas y, hoy mismo con la coparticipación federal.
Para Buenos Ayres, la Independencia significó la emancipación de España y predominio sobre las provincias: la asunción por su cuenta del vasallaje que ejercía sobre el Virreinato, en nombre de España. Para las provincias, significa libertad de España, sometimiento a Buenos Ayres. Reforma del coloniaje, no su abolición.
Ese malogro de la revolución-emancipación, debido a la ambición obscura de Buenos Ayres, ha creado dos países distintos, bajo la apariencia de uno solo: el estado metrópoli, Buenos Ayres y el país vasallo, la república. El uno gobierna, el otro obedece; el uno goza del bienestar, el otro lo produce; el uno es feliz, el otro miserable; el uno tiene su gasto afianzado; el otro no tiene seguro ni su pan.
EL DÍA DESPUÉS DE LA INDEPENDENCIA EN EL PAÍS DE LOS ARGENTINOS.
EL día 9 de julio de 1816 fue el más glorioso para el pueblo de la comunidad argentina.
El Congreso reunido en Tucumán, declaraba “que las Provincias de la Unión sea una nación libre e independiente de los Reyes de España y su metrópoli” y de toda otra dominación extranjera. Constituyéndose la República Argentina en un nuevo estado soberano.
No fue fácil. Concluida la etapa de la lucha por la emancipación, comenzaba una nueva y ardua tarea, la organización de las provincias en una República.
En una república, con un régimen representativo y verdaderamente federal que permitiera la igualdad natural y derechos inalienables de todos los seres humanos: a la vida, la libertad y la felicidad; con un gobierno que garantice esos derechos y sea la expresión del consentimiento libre de los ciudadanos; y cuyo pueblo tenga el derecho a cambiar de gobierno cuando no cumpla o se oponga a la prosperidad de los pueblos. Con una armazón política que combine las necesidades de la unidad territorial y de la autonomía regional, la elección de las cámaras legislativa y ejecutiva e incorpore dentro del entramado republicano a todos los residentes, ciudadanos y no ciudadanos. Esta formalidad democrática y republicana, terminó contrastando con la realidad de una sociedad profundamente desigual, discriminatoria, injusta en lo económico y en lo político, con la prolongación de un protectorado recurrente de Buenos Aires hacia el resto de las provincias.
La estabilización de una comunidad nacional y de gobiernos eficiente no se logró, en estos casi doscientos años de libertad fue de turbulencias, situaciones críticas, conflictos internos y externos. Las potencias europeas y Estados Unidos no dejaron de intervenir, de uno u otro modo, en los asuntos doméstico exigiendo indemnizaciones para sus nacionales, intrigando en la política local, amenazando o atacando con expediciones armadas y aun decidiendo en la elección de nuestros gobernantes. En verdad, ningún país Hispanoamericano ha logrado la tan ansiada estabilidad.
Esta continuidad de hechos nos ha transformado en el hemisferio de las convulsiones y parece ser una condición natural: revoluciones, cambios violentos de gobierno, tomas fraudulentas del poder, las imposiciones de dictaduras, con breves períodos de regularidad democrática, corrupción agravada. La base de todo ello es la conservación de su singular orden subordinante.
Hoy, estamos vacíos de paradigmas y utopías, acogidos al pragmatismo como una tabla de salvación. Hemos sufrido la subordinación, el rezago histórico y la expoliación de nuestras riquezas en beneficio de los países desarrollados. Por ello, tenemos la urgencia de forjar un paradigma ya no nacional y popular, sí Hispanoamericano, inspirado en el hermanamiento histórico, en la particularidad de nuestra formación de pueblos, puesto que no somos ‘el patio trasero’ de ningún Imperio, sino sujetos con identidad, con historia, con nuestros propios sueños…ni siquiera China tiene derecho a impedirlo. Ya es momento que empecemos a construir nuestro propio mundo: Nuestra América. ¡Madre América!
Luis Gotte
La trinchera federal