Esta semana se cumplieron 31 años del regreso al país de los restos mortales de Juan Manuel de Rosas. Vale decir, luego de 116 años de reposar en tierra extranjera.
Después de la batalla de Caseros en 1852, Rosas había emigrado a Inglaterra, país en el vivió hasta su muerte el 14 de marzo de 1877.
En su testamento había establecido lo siguiente: “Art. 3: Mi funeral, debe ser solamente una misa rezada, sin pompa ni aparato alguno; Art. 4: Mi cadáver será sepultado en el Cementerio Católico de Souhtampton, en una sepultura moderada, sin lujo de clase alguna, pero sólida, segura, y decente, si es que hay cómo hacerlo así con mis bienes, sin ningún perjuicio de mis herederos”, y y posteriormente en 1873 agrega en un condicilio, que sería “hasta que en mi patria se reconozca y acuerde por el gobierno la justicia debida a mis servicios”.

La organización para la repatriación de los restos comienza a tomar fuerza recién con la aparición del revisionismo histórico en las primeras décadas del siglo XX, y con la creación del Instituto Juan Manuel de Rosas en 1938, integrado por el General Iturbide, los historiadores Irazusta y José María Rosa, y Manuel de Anchorena entre otros.

Es así que se forma un Comité presidido por Manuel de Anchorena como descendiente directo del Restaurador.
El Comité recurre a Perón durante su presidencia para lograr su objetivo. Cuando Perón vuelve a la presidencia en 1973, luego de ser exiliado, nombra a Anchorena embajador en Inglaterra, siendo uno de sus encargos principales: repatriar los restos de Juan Manuel de Rosas.

Al morir Perón, se truncaron las expectativas de repatriación y durante el gobierno de la última dictadura militar el tema no fue tenido en cuenta.
Tiempo después, con la presidencia de Menem, en julio de 1989, volvieron a presagiarse vientos favorables, cuando en su discurso de asunción expresó: “Yo proclamo solemnemente ante mi pueblo, que a partir de este momento se inicia el tiempo del reencuentro entre todos los argentinos (…) Se terminó el país del ‘todos contra todos’. Comienza el país del ‘todos junto a todos’ (…) Yo quiero ser el presidente de la Argentina de Rosas y de Sarmiento, de Mitre y de Facundo”, expresó al asumir su mandato.

Fue así que los ingleses acordaron permitir la exhumación y traslado de los restos de Rosas, y el 21 de septiembre de 1989, el cuerpo de Rosas fue exhumado en el cementerio de Southampton.
Su féretro, cubierto con la misma bandera nacional que había ondeado en la Embajada Argentina de Londres durante la Guerra de las Malvinas, abordó un avión, y junto a la Comisión se dirigieron hacia Francia.
Cuando entraron en espacio aéreo francés, los franceses le rindieron los honores de cabeza de Estado: honores militares completos, la bandera francesa a media asta y alfombra roja. El equipo de repatriación permaneció en Francia por unos días mientras los restos de Rosas eran cambiados a un nuevo féretro, ahora cubierto por la bandera argentina y el poncho rojo rosista.

El sábado 30 a las 8:25 llega al pais a través del Aeropuerto Internacional de Fisherton, en Rosario, provincia de Santa Fe, donde le rinden homenaje con una misa y el descubrimiento de una placa conmemorativa.

El 1 de octubre los restos de Rosas llegan a Buenos Aires, recibido por una multitud que lo esperaba en el puerto. Se iniciaba entonces un desfile impresionante que lo acompañaría a lo largo de las cincuenta y cinco cuadras camino al cementerio de La Recoleta, destino de su reposo eterno.

Una carroza militar llevó el féretro. La escoltaban: el Regimiento de Granaderos a Caballo General San Martín. Menem, su gabinete, y otros oficiales del gobierno, muchos de los descendientes de los grandes generales del siglo XIX que se opusieron a Rosas en vida, y se calcula que cinco mil gauchos provenientes de varias partes de Argentina y Uruguay llevaban la retaguardia. Miembros del Comité de repatriación también participaron de la procesión: Manuel de Anchorena montó a caballo, como lo hizo su hijo montado en un caballo negro adornado con parafernalia de la era rosista. Otro hermoso animal, sin jinete, caminó en medio del desfile, vestido con el poncho rojo que simbolizaba las huestes del brigadier general. Anchorena estimó que más de un millón de personas se alinearon a lo largo del camino hacia el Cementerio de La Recoleta, aunque la cobertura televisiva se limitó a la recepción en el puerto de Buenos Aires y a la entrada al cementerio.